El significado de resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, pero en psicología añadimos algo más al concepto de resiliencia: no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas, sino que también podemos salir fortalecidos de ellas.
La resiliencia implica reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias y de nuestras necesidades.
De esta manera, las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo su potencial.
Confían en ellas mismas y en su capacidad de resolver los problemas.
Afrontan estos problemas con positividad: controlando la ansiedad y centrándose en la solución.
Tienen una autoestima alta y mucha autonomía.
También tienen habilidades sociales y sentido del humor.
Cuando son responsables de algo negativo que ha ocurrido lo admiten, internamente y de cara a los demás.
Para las personas resilientes no existe una vida dura, sino momentos difíciles. Y no se trata de una simple disquisición terminológica, sino de una manera diferente y más optimista de ver el mundo, ya que son conscientes de que después de la tormenta llega la calma.
De hecho, estas personas a menudo sorprenden por su buen humor y nos hacen preguntarnos cómo es posible que, después de todo lo que han pasado, puedan afrontar la vida con una sonrisa en los labios.
El origen del concepto de resiliencia en psicología
La resiliencia comenzó a estudiarse en primer lugar en niños y niñas que habían pasado su niñez en condiciones traumáticas o privados de cariño o cuidados, es decir, habían tenido dificultades para desarrollar una relación de apego seguro en la que su cuidador, cuidadora o figura significativa le diera amor de forma incondicional.
Este hecho provoca una vulnerabilidad afectiva y relacional por ser una etapa muy importante en el desarrollo de los patrones de comportamiento y relación de la persona consigo misma y con los demás: si desde muy pequeño un niño tiene rechazo, abandono o inatención, su ánimo va a ser más variable, llora más, le costará diferenciar si tiene hambre o sueño, si se porta bien o mal… la estructura más básica que necesita para comenzar a comprender el mundo se sostiene por débiles pilares, y eso no favorece a priori las capacidades resilientes. «El apego seguro es la base para crear niños y niñas resilientes».
Posteriormente, conforme el niño crece, pueden generarse otras posibilidades de generar vínculos o relaciones reparadoras del proceso anterior, por lo que un niño o adolescente podrá reconstruir parte de lo que en un primer momento no pudo forjarse.
El primer autor que empleó este término fue John Bowlby, el creador de la teoría del apego, pero fue Boris Cyrulnik, psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo, el que dio a conocer el concepto de resiliencia en el campo de la psicología en su bestseller “Los patitos feos”.
Desde la Neurociencia se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión.
Esto les permite una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontar las situaciones difíciles y estresantes.
Algunos autores, más del ámbito biológico, incluyen en su definición de resiliencia el hecho de que esta se manifiesta también a nivel biológico, neurofisiológico y endocrino, en respuesta a los estímulos ambientales (Kotliarenco, María Angélica y Cáceres, Irma. 2011).
La investigación neurológica ha demostrado que tales evocaciones del trauma y estrés se generan con activaciones autónomas de diversas partes del cerebro, en especial las de la memoria y las de vigilancia, es decir, con activación en diferentes áreas del cerebro tales como los núcleos de la amígdala, el lugar azul o locus cerúleo, el hipocampo, y luego el neocórtex.
Es la dualidad mente-cuerpo, en el que ambos se retroalimentan y expresan, de una u otra forma, la respuesta del individuo en una situación estresante o de sufrimiento.El sufrimiento psicológico va a provocar en el sujeto modificaciones bioquímicas que son perceptibles en los análisis, principalmente el cortisol está vinculado con un incremento de la vigilancia o el estado de hiperalerta, así como de la atención focal.
El exceso de cortisol implica: déficits en el desarrollo, la reproducción y en respuestas inmunes adecuadas. Esto explicaría (al menos parcialmente) lo observado en gente sometida a estrés intenso o de larga evolución: disminución del pensamiento asertivo, menor creatividad y proactividad, frecuencia de ideas estereotipadas (repetición de esquemas), así como disfunciones sexuales.
Las herramientas más usadas por los resilientes
1. El autoconocimiento y la autoestima El autoconocimiento es un arma muy poderosa y las personas resilientes saben usarla a su favor. Saber cuáles son nuestras principales fortalezas y habilidades, así como las limitaciones y debilidades, poder trazar metas más objetivas y realistas e identificar los aspectos en los que podemos mejorar es un camino directo a fortalecer nuestra autoestima y autoconfianza.Además de conocerse, una persona resiliente reconoce la importancia del trabajo en equipo y sabe pedir ayuda cuando lo necesita.
El autoconocimiento nos permite mejorar la capacidad de reconocer y expresar las emociones. Sobre todo, en momentos en que estemos sufriendo, esta es una buena forma de afrontar situaciones dolorosas.También nos permite identificar emociones de rabia o enfado que nos estén haciendo comportarnos de una forma poco saludable.Se observa que a mayor actividad cognitiva y a mayor capacidad intelectual aumenta la resiliencia, no sólo emocional, sino de las neuronas y la parte más biológica de afrontamiento del estrés.
2. La empatía y la resiliencia
La empatía es la capacidad de entender al otro y ponernos en su lugar, comprender sus sentimientos, a través de comprender los propios. Es un hábito resiliente, que nos permite, por ejemplo, separar pensamiento de acción, cuando nos sentimos enfadados con alguien querido.
Cuando tenemos empatía, el flujo de dar y recibir afecto en las relaciones con los demás es mayor, lo que incrementa nuestra red social de apoyo. Un punto muy importante para ser una persona resiliente.
3. La autonomía
La creencia de que uno puede influir en lo que sucede a su alrededor, perdiendo el temor a que las cosas suceden por injusticia o causas ajenas a nuestro control.
Esto va a hacer más fuerte a nuestra autoestima y nos va a movilizar hacia la resolución de conflictos que de otra forma se cronificarían en el tiempo,
Queda más que evidenciado, que, el ser resiliente no es una cualidad innata, no está impresa en nuestros genes, aunque sí puede haber una tendencia genética que puede predisponer a tener un “buen carácter”, pero si es algo que todos podemos desarrollar a lo largo de la vida.